Presentación: Mirar más allá de nosotros mismos

Posiblemente todos ya saben que en el mes de febrero hubo un imprescindible taller en Madrid y en Valencia de mediación transformativa, con uno de sus dos creadores, Joseph P. Folger. Las preguntas iniciales que el gran maestro –disculpen esta valoración aquellos que no lo comparten- nos dirigió antes de comenzar sirven para presentar el tema que vamos a abordar en este número. No en Madrid, pero sí en Valencia, lanzó una primera pregunta mortal que, según me cuentan, les dejó a todos plantados en el sitio, dubitativos, casi avergonzados. Fue: «¿Cuántos de vosotros, mediadores, habéis acudido a una mediación como parte?». Y bien, ¿cuántos lo hemos hecho? Que empiece la sinceridad por uno mismo: yo no, y no justamente porque no haya tenido conflictos, muchos de ellos, para colmo, con otros colegas mediadores. Y nunca se ha planteado la mediación seriamente como una posibilidad de abordar ni esos ni otros conflictos. Los que llevamos por aquí ya unos años hemos visto y vivido primero como espectadores qué tensas y falsas podían ser las relaciones entre algunos de esos llamados maestros de la Primera Generación de mediadores en España. Luego como protagonistas, los que hemos sido parte de una Segunda Generación de mediadores nos hemos tenido que enrojecer al demostrarnos tan incapaces o aún más que los anteriores. Y cuando se nos ha permitido marcar distancias y dar paso a una nueva y esperanzadora Tercera Generación, que nace con la Ley 5/2000, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles, de nuevo como espectadores observamos otros tantos conflictos mal abordados. Nosotros mismos, mediadores, qué mal parecemos aplicarnos el cuento. Algunos bien agresivos, dramatizados y/o expuestos a los ojos de terceros, otros más encubiertos por el famoso «dientes, dientes, que es lo que les jode», pullas, omisiones, mucho victimismo; y hasta separaciones bien sonadas han protagonizado, y aún lo hacen, la vida de los mediadores de nuestro país. Muchas narrativas bien cerraditas que ofrecer a los colegas con esas imágenes diabólicas del otro, que tan falsas nos parecen cuando nos colocamos el delantal de mediador, pero que sabemos construir tan tupidamente cuando somos nosotros los afectados, y nos negamos a cuestionárnoslas frente a un tercero mediador y, por tanto, no aliado o aliable.

Munuera y Garrido no pasan por encima por la que fue quizás la propuesta más rompedora de Sara Cobb, su cuestionamiento de la neutralidad en mediación, posteriormente seguida por el magistral Bernard Mayer en esa otra obra de mesilla: «Más allá de la neutralidad». Tema polémico al que volveremos en esta presentación.

Pero regresemos al debate. «COMPRAR LO QUE VENDEMOS IMPORTA. ¿APLICAN LOS MEDIADORES SUS CONOCIMIENTOS A SUS PROPIOS CONFLICTOS?». No, no lo digo yo. Ni, en esta ocasión, tampoco lo dice Folger. No. Es TONY WHATLING el autor de estas palabras, un mediador británico de extensísima experiencia, que ya nos maravilló con la sencillez práctica de ese libro esencial que es: «Mediación: habilidades y estrategias», publicado en 2013 por Narcea, y cuya reseña acompaña a su artículo. Sí, Tony Whatling es la firma invitada de nuestro «Espacio Abierto», ese espacio de Revista de Mediación, creado hace tiempo para la reflexión. De nuevo un maestro de la mediación nos hace pensar. Bueno, somos muchos los mediadores que defendemos que la mediación es algo más que llegar a acuerdos; es una oportunidad, entre otras, de pensar, de sentir, de reflexionar y empatizar, y de expresarse a partir de ahí. Y, ¿dónde coloca Whatling el ojo? Justamente en ese mismo punto que Folger abordaba en su taller: los mediadores, ¿realmente aplicamos nuestras habilidades y estrategias en nuestros propios conflictos? Tenemos que reflexionar. Nos quejamos siempre de la falta de apoyo institucional –con razón, por otro lado, como se planteará un poco más adelante, ahora ya con cifras que lo demuestran. Sin embargo, si nosotros mismos no consumimos nuestro producto («en casa de herrero, cuchillo de palo»), ¿será quizás que no es tan buen producto como les vendemos a otros? Y si lo es, ¿por qué no lo consumimos?

Aunque Whatling no puede quedarse sólo ahí. Él va más allá. Él es un experto en técnica y estrategia como pocos, y como tal nos va a presentar un recorrido brillante de muchas de nuestras posibles intervenciones mediadoras, planteándonos con ello abandonar las actitudes de conflicto cuando somos protagonistas y recurrir a estas técnicas para hacerlo más eficientemente. ¡Qué interesante recorrido por nuestra «caja de herramientas» nos propone en su artículo! Os animamos a leerlo y a disfrutarlo tanto como os animamos a los que aún no lo hayan hecho a leer ese fabuloso libro suyo.

Pero volviendo a Folger, éste, ya en Madrid, nos confrontó con una realidad que bien conocemos. «¿Cuántos de los mediadores presentes (de los algo más de 50 alumnos presentes) tenéis experiencia real en mediación?, ¿cuántos realmente mediáis?». Sorprendentemente –o no tan sorprendentemente- pocas manos se alzaron. Folger revisó el número de mediaciones hechas por aquellos que habían (habíamos) contestado afirmativamente. A la pregunta de cuántos han mediado en más de 100 casos, ya eran escasamente 5 ó 6 manos las levantadas, manos conocidas, todas ellas de mediadores que trabajan (trabajamos) en el sector público o pseudo-público, también llamado «de gestión privada». Un 10% de los participantes. La cifra habla por sí misma. Podríamos pensar que la población presente no es significativa, sólo 50 mediadores, o que los que trabajan activamente en el sector no están en cursos de formación y entrenamiento; pero bien sabemos que esa es la realidad de la mediación en España: los mediadores no median.

Personalmente he tenido la enorme suerte de poder mediar desde 1998 en cientos de casos de mediaciones penales de menores, uno de los pocos programas por los que se ha apostado en este país, aunque sigue siendo un programa poco conocido, a veces hasta ninguneado y poco tenido en cuenta cuando se habla de implantar esta mediación en adultos. Se desprecia nuestra experiencia. ¡Qué país! Todos demasiados ensimismados, nos diría Folger. Toca también mirar afuera: si no valoramos lo que hacemos en casa, al menos saquemos lo mejor de lo que se hace fuera. Y eso han hecho MÒNICA ALBERTÍ I CORTÉS y MARÍA CARME BOQUÉ I TORREMORELL, de la Universitat Ramon Llull – FPCC Blanquerna, en su artículo «HACIA UNA PEDAGOGÍA RESTAURATIVA: SUPERACIÓN DEL MODELO PUNITIVO EN EL ÁMBITO ESCOLAR», mirar a Reino Unido en su apuesta muy interesante de llevar los principios de la Justicia Restaurativa con menores al ámbito educativo, una idea que tanto he escuchado a mi compañera, amiga y directora de Revista de Mediación, Mónica Rodríguez-Sedano. Nuestra otra Mònica, la Albertí, y la prestigiosa María Carme Boqué, analizan estudios realizados en 67 escuelas del Reino Unido y nos plantean prácticas novedosas y elementos clave para su implementación y transferencia a nuestro contexto educativo, tales como los diálogos apreciativos, el conferencing o los círculos restaurativos, estos últimos en los que profundizaremos en el próximo número.

Pero volvamos a esas manos levantadas de los pocos mediadores que median. ¿Quienes más me acompañaban en ese alzar la mano? Principalmente mediadores que trabajan en Centros de Apoyo a la Familia, los famosos CAF, que han podido sobrevivir a la crisis y a los recortes. Ahí estaban, por ejemplo, las muy discretas Marta Gordillo y Elena Gutiérrez Bolívar, del CAF Marian Suárez, levantando tímidamente la mano, pero bien podrían haberse sumado otras manos de los varios centros municipales y autonómicos que realizan cada día muchas mediaciones. O servicios públicos de mediación comunitaria o intrajudiciales como, por ejemplo los de Getafe y Leganés, que gestionan muy eficazmente nuestros compañeros de la Universidad Carlos III.

Al margen de estas experiencias puntuales, sin duda insuficientes, la realidad es muy distinta; pero hacen falta datos para demostrarlo, no basta con la queja de los profesionales. Y datos nos trae a Revista de Mediación MARÍA ZATO ETCHEVERRÍA en un artículo que va a tener sin duda un gran impacto: «UNA APROXIMACIÓN AL MAPA DE LA MEDIACIÓN EN LA UNIÓN EUROPEA». Nos trae datos de la situación de la mediación en Europa tras la Directiva 2008/52/CE del Parlamento europeo y del Consejo sobre la mediación en asuntos civiles y mercantiles. Datos decepcionantes. Datos para mostrar a nuestros políticos. Datos que les deben hacer pensar; ellos también deben reflexionar. A la par, nos trae la experiencia italiana, bien distinta a la de los demás países europeos; experiencia posteriormente desechada y quizás ahora revisitándose dada la fuerza y contundencia de los números.

Es evidente que cuando hay una apuesta sincera, fuerte, de nuestras instituciones por la mediación, ésta se ha desarrollado positivamente: los mediadores han podido mediar y las personas se han podido beneficiar de un medio positivo de resolución de conflictos. Basta ya de llamarlo alternativo, nos dirá una de las autoras de este número, CARLA DE PAREDES GALLARDO, de la Universidad Europea de Valencia, en su artículo «LA MEDIACIÓN PENAL: ESPECIAL ATENCIÓN A LOS EXTRANJEROS», que lo plantea, por el contrario, como un medio complementario. Un artículo donde de nuevo el tema a analizar es la viabilidad de la mediación penal y «penitenciaria» -si podemos utilizar esta referencia para marcar la situación de los extranjeros en los Centros de internamiento de extranjeros- con esta población específica. Nos plantea Carla, por tanto, una nueva apuesta a sumar, bien necesaria, y que sólo con el apoyo de un Gobierno realmente comprometido y empático con la situación de los extranjeros en España podría realmente implementar.

Y basta ya de limitar las posibilidades de la mediación, plantean EMILIO NAVAS PAÚS, de Parra & Asociados, y MARTA GONZALO QUIROGA, de la Universidad Rey Juan Carlos, en un artículo que va a ser cuando menos polémico, «ADR Y VIOLENCIA: LA MEDIACIÓN FRENTE A LA OPCIÓN DE AQUILES»; no podía ser de otra forma si la pluma afilada y certera del primero estaba presente. Bien argumentado, en el derecho, en la teoría del conflicto, en la semántica y en la filosofía, y hasta con referencias mitológicas que enriquecen de matices sus propuestas, Navas y Gonzalo cuestionan las limitaciones impuestas a la mediación, tanto las que los propios mediadores nos hemos causado, como sobre todo aquellas que vienen provocadas por una mala comprensión desde el inicio de la razón de ser de la mediación. Apelar, por ejemplo, a la imposibilidad de mediar cuando hay violencia es negar la violencia en sí, la implícita. Y acuden al maestro Galtung y a su Triángulo Dramático para evidenciarlo. Yendo más lejos, ponen sobre la mesa que es justo porque hay violencia que la mediación es más necesaria y más puede aportar a las partes y a la sociedad; siempre que hablemos de una mediación que vaya más allá de la búsqueda de acuerdos.

Y aquí añado yo:

Una mediación que sea capaz de cuestionar las narrativas dominantes de nuestra sociedad, como plantean Pilar y Salvador; aquellas en que se asientan la violencia cultural y la violencia estructural que dan pie a la violencia directa, de la que nos hablan Emilio y Marta.

Una mediación que sea capaz de superar el propio ensimismamiento, que diría Folger, no ya sólo de los mediados, sino de los propios mediadores, hasta ahora vendedores de humo, asentados en la queja de la falta de apoyo institucional, o refugiados, como plantean Emilio y Marta, en nuestra docencia y en nuestra «maravilla talibánica», sea eso lo que sea; pero poco consumidores de nuestro propio producto, como nos hace ver Tony.

Una mediación proactiva, que nos haga asumir a los profesionales la responsabilidad que muchas veces nos quitamos, escudándonos en nuestro aséptico principio de neutralidad, ya tan cuestionado, como señalan Pilar y Salvador. Quizás así ganaremos el respeto de los que dudan que la mediación sirva sólo para que los poderosos se impongan a los débiles. Quizás haciéndola realmente eficiente y transformadora, la mediación sea un producto deseable.

Una mediación que tenga a las personas como protagonistas, nacionales y extranjeros; para todos ellos, como efectivamente defiende Carla; porque la mediación no entiende de diferencias que separan, sino de motivos para aproximarnos, para armonizarnos.

Una mediación que nos permita reflexionar y tomar conciencia del daño que podemos causarnos a nosotros mismos y a otros, que nos ayude a mirar más allá de nosotros mismos, y, ¿por qué no?, como defienden Mònica y Maria Carme, y Carla, y Emilio y Marta, una mediación que nos ayude a conectar con nuestras víctimas y nos permita repararlas por ello, si así éstas lo desean.

Y, por todo ello, una mediación más responsable y más justa, ya que ésta debe responder tanto a la justicia –como valor o esencia; lo justo-, como a la Justicia –en tanto que poder institucional.

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