Resumen:
Este artículo presenta la capacidad de la intervención narrativa en la transformación de las historias de las personas que acuden a mediación. Intenta desmitificar la neutralidad que se le exige al mediador para intervenir en la disputa que presentan las partes en conflicto. La formulación de hipótesis durante la entrevista inicial facilita el discurso de las partes y contribuye a disminuir la incertidumbre sobre el proceso. La intervención mediadora se realiza en el espacio de encuentro creado gracias a la imparcialidad y la equidistancia, con estrategias mediadoras como la concepción de la causalidad circular en las relaciones familiares que proponen la escuela circular-narrativa y la escuela transformativa. Se puede así establecer, como se muestra en este artículo, una conexión entre la mediación y la resiliencia.
Palabras clave: Mediación. Narrativa. Imparcialidad. Causalidad circular. Resiliencia
Somos voces en un coro que transforma la vida vivida en vida narrada y después devuelve la narración a la vida, no para reflejar la vida sino más bien para agregarle algo; no una copia, sino una nueva dimensión; para agregar con cada novela algo nuevo, algo más, a la vida.
Carlos Fuentes (1998)
La mediación de conflictos ha alcanzado un notable grado de madurez teórica; tal desarrollo conlleva que incluso se reivindique para la misma el estatuto de disciplina autónoma (Romero Navarro, 2011: 13). Ello no ha impedido una amistosa discrepancia acerca de sus principios y fundamentos.
La neutralidad, junto con la voluntariedad, la imparcialidad y la confidencialidad, constituyen los pilares que sustentan el proceso de mediación y el estatuto de la persona mediadora. Puede ser definida, en palabras de Carretero Morales, como el cuidado que debe tener el mediador para que su escala personal de valores no trascienda en su quehacer profesional (Carretero Morales, 2013, p. 115). Su ambigua regulación jurídica1, considerada ya desde su fase de proyecto como un oxímoron (Merino Ortiz y Morcillo Jiménez, 2011, p. 177), visibiliza las legítimas dudas sobre su naturaleza o su alcance. Y es que su aceptación no resulta pacífica para la doctrina (Garciandía, 2014, pp. 200-201).
Actualmente existen diferentes disciplinas, como son la psicología, la medicina, la literatura, el trabajo social o el derecho, que han desarrollado modelos de intervención desde sus componentes teóricos y prácticos con un nuevo enfoque. La psicología narrativa, la teoría narrativista del Derecho, el narrativismo historiográfico, la narratología literaria o la hermenéutica narrativista representan ejemplos de cómo desde diversas disciplinas puede actuarse conforme a un valor transversal a todas ellas: el poder del discurso narrativo como objeto de estudio. Un objeto de estudio curioso, pues a la manera de un novelista que estudia a las personas como relatos de sí mismos y de los demás, ahonda en la identidad personal, las relaciones sociales y el desarrollo humano.
Las personas son ricas en experiencias vividas, pero sólo una fracción de esta experiencia vivida puede relatarse y expresarse en un determinado momento (White, 1993, p. 32). Rodeados de historias y relatos, que nos acompañan a lo largo de nuestra vida y que perviven incluso después de nuestra desaparición, es posible un modelo de intervención mediadora que evite el olvido o su antesala para gran parte de estos sucesos vitales. En síntesis, este modelo sostiene que sin conflicto no hay relato.
Bases epistemológicas del enfoque narrativo
El enfoque narrativo tiene un espacio consolidado en mediación gracias a autores como Cobb, Winslade o Monk, quienes fundamentan su práctica desde una teoría sólidamente elaborada. Su progresiva consolidación le ha valido el reconocimiento como una escuela propia que propicia un espacio abierto a un cambio en el discurso de las personas (Moore, 2014, pp. 50-52).
El modelo de intervención en esta escuela está fuertemente influenciado por la teoría general de sistemas y la teoría de la comunicación humana. La teoría de sistemas considera que las transacciones son circulares y crean espirales de intercambio progresivamente más complejas. Una de las propiedades de los sistemas es su capacidad de retroalimentación, que puede ser positiva o negativa. El sistema utiliza toda información recibida para activar los mecanismos adecuados (homeoestáticos) para mantener la estabilidad del mismo2.
La aplicación de esta teoría determina que todo sistema interpersonal (desde una familia hasta un grupo de personas desconocidas entre sí) puede entenderse como un conjunto de circuitos de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la de cada una de las otras y es, a su vez, afectada por éstas. En caso de desajuste, esto es, de un conflicto interpersonal, el sistema reaccionará rápida y eficazmente frente a cualquier intento, interno o externo, de alterar su organización. Evidentemente, se trata de un tipo indeseable de estabilidad.
Bateson (1972) reconoció la dificultad para conocer la realidad objetiva y explicó cómo la comprensión guardada de los hechos (o el significado que les atribuyen las personas) viene determinada por las emociones y los mecanismos que intervienen en el proceso de la comunicación humana. Comparó los mapas con pautas y argumentó que la interpretación de todo acontecimiento está determinada por la forma en que éste encaja dentro de pautas conocidas, a cuyo proceso calificó como la «codificación de la parte a partir del todo» (Bateson 1972)3. La comunicación humana, desde esta perspectiva, aparece como un proceso determinante en la evolución y sirve para intervenir la realidad (Karam Cárdenas, 2007, p. 132).
La teoría de la comunicación humana desarrollada en los clásicos axiomas formulados por Watzlawick, Beavin y Jackson (1989) y su influencia en un nuevo modelo de comunicación psicoterapéutica (Watzlawick, Weakland y Fish, 1992) ampliaron las capacidades del lenguaje humano y posibilitan una mejor comprensión de la red de premisas y supuestos bajo los que se construyen la compleja red de mapas conceptuales que componen las narrativas personales.
Pero la comunicación es mucho más que la transmisión de mensajes o el intercambio de datos. El lenguaje tiene también como función primaria «la construcción de mundos humanos», tornándose en un proceso constructivo y no en un mero carril conductor de mensajes o de ideas (Barnett, 1998, p. 271). El sí mismo, en los términos explicados por Goolishian y Anderson, «es siempre aprendido y está siempre en desarrollo: es un modo de aprender a caracterizar en el discurso la propia capacidad como agente, como alguien que puede hacer, como actor. (Goolishian y Anderson, 1994, p. 293). Es decir, una expresión cambiante de nuestra narración, una manera de contar la propia individualidad.
La necesidad de reconocer esa narrativa o historia con códigos propios fue inicialmente señalada en su momento por Carlos Sluzki (1996), quien veía la familia como «un conjunto en interacción, organizado de manera estable y estrecha con una historia y un código propios que le otorgan singularidad». En esta concepción tan dinámica del funcionamiento familiar, Falicov (1991) profundizó en el análisis de las transacciones intrafamiliares (pautas transaccionales), las cuales establecen la manera, el cuándo y el con quién relacionarse y también refuerzan el sistema a fuerza de su repetición.
El construccionismo social aporta también a la comprensión de los conflictos su visión de la importancia de las narrativas personales como una forma de dotar de sentido y significado a lo vivido. Esta teoría da importancia capital a las emociones, afirmando que «constituyen la vida social misma» (Gergen, 1996, p. 232). La conexión de una persona con determinadas emociones, como el miedo o el temor, paralizan su proceso de crecimiento.
Este proceso de crecimiento tiene una conexión imprescindible con la naturaleza cultural del ser humano. Las narrativas constituyen «artefactos culturales» (Winslade y Monk, 2008, p. 99) que generalmente se asocian con una visión reduccionista de la cultura. Desde un análisis construccionista, se asume que las partes tienen la capacidad para generar soluciones creativas diferenciadas del discurso cultural dominante (Monk y Winslade, 2013, p. 26).
Precisamente, una opción entre esas soluciones creativas es la construcción de un nuevo discurso narrativo (Winslade y Monk, 2000). Este nuevo discurso puede generar un cambio en la conexión de nuevas emociones positivas que, finalmente, redunde en una revalorización (empowerment) de la personas ante una situación conflictiva.
El inicio de la intervención: la hipótesis como guía en la entrevista inicial
Haynes señaló la oportunidad de formular una hipótesis en relación a lo que está sucediendo, «fundada sobre las informaciones de que se disponen»(Haynes, 1997, p. 54), como punto de partida de la investigación que se realiza en las entrevistas de mediación. Desde nuestra perspectiva defendemos un concepto de hipótesis ligado a su raíz etimológica de suposición, prescindiendo explícitamente de su valor de verdad o falsedad.
La hipótesis guía la intervención y se efectúa de manera metódica como paso previo para establecer su validez o ser refutada. No importa que resulte equivocada, pues por la necesidad de continuar con el proceso de indagación en estadios posteriores, permite formular rápidamente otra sugerida por las informaciones recogidas con el fin de verificarla o rechazarla. Así pues, una hipótesis es la «explicación provisional de los fenómenos observados» en el sentido de «suposición», puesta como fundamento de la experimentación, de donde recibe de ésta y solo de ésta, la verificación definitiva.
El proceso de mediación está condicionado por la necesidad de un momento hipotetizante a partir del cual se determinará el curso de toda la intervención. La ansiedad por esclarecer en pocos minutos la naturaleza y alcance del conflicto, como ocurre con aquellos estilos de mediación orientados a la mera consecución de un acuerdo, dificulta su adecuada formulación. Se trata ésta de una actividad asociada a la persona mediadora para «no limitarse a lo que se da o se presente como único», para expresar su creatividad (Bustelo, 2009, p. 205).
Las hipótesis en mediación están relacionadas con los elementos o las teorías de cada escuela. Desde el enfoque narrativo, toda hipótesis debe ser sistémica y deberá incluir a todos los miembros de la familia y ofrecer una suposición concerniente al funcionamiento relacional global. Al entrar en una entrevista provistos de una hipótesis, los mediadores pueden tomar la iniciativa, proceder con orden, regular, interrumpir, guiar, provocar transacciones, etc. evitando ser arrastrados en una serie de relatos sin valor informativo. Todo ello redunda en la disminución de la incertidumbre inicial y en una mejor realización de los objetivos definidos con las partes.
El mediador o mediadora que tiene una hipótesis puede moverse con mayor congruencia a lo largo de las entrevistas realizadas en mediación sin perderse en el relato de los sucesos. Una vez que se forma la hipótesis en la mente de la persona mediadora, comienza a elaborar preguntas que verifican la hipótesis y escoge nuevas preguntas de acuerdo a la respuesta de verificación de la hipótesis (Haynes, 1997, p. 57). Este modelo de trabajo cobra gran importancia para los mediadores narrativos; la fundamentación ética de su trabajo se sostiene, como veremos, en la reflexividad más que en la neutralidad (Monk y Winslade, 2013, p. 18).
En definitiva, como recuerda Ripol Millet, con la hipótesis «nos acercamos al «mundo» de los mediados, construyéndolo, rectificándolo, rehaciéndolo a medida que tenemos más y más información» (Ripol Millet, 2011, p. 17).
La construcción de narrativas alternativas durante la intervención mediadora
El mediador de la escuela narrativa favorece la construcción un relato alternativo sobre la relaciones desde el mensaje que una realidad futura puede ser construida con las partes en conflicto; para tal fin, se apoya en los principios de equidistancia, equidad e imparcialidad.
Desde este enfoque, el conflicto se presenta cuando se produce un cambio en el rol o función que una persona desempeña dentro del sistema familiar4. La forma en que funciona este sistema se manifiesta en una determinada historia, calificada como primaria o «narrativa madre». Dicha narrativa original ejerce un enorme influjo hacia cualquier suceso nuevo o hecho que se produzca con posterioridad (White y Epston, 1993).
En el caso de las disputas que llegan a mediación, es preciso realizar un exhaustivo análisis de los elementos que componen el conflicto. A través de distintos modelos, como el de las 5P´s5 de Perlman (1957) o el triádico de Lederach (1992), se intenta clarificar el origen, la estructura y la magnitud del problema. Ello requiere conocer quién está involucrado o puede influir en el proceso, los asuntos más importantes a tratar y el contexto a partir del cual se pueden distinguir y separar los intereses y necesidades para los que se determina la intervención en mediación (Munuera, 2012, p. 185).
El análisis del conflicto lleva consigo la necesidad de intervenir sobre el relato dominante que las partes llevan a mediación. Normalmente, los relatos de nuestra vida nos proveen de intenciones, esperanzas, deseos, sueños, entendimientos y desentendimientos que son manifestados a través del lenguaje (Goolishian y Anderson, 1994). El conflicto se presenta en la persona cuando cambia su rol, y ese cambio de función produce nuevas adaptaciones en el sistema familiar. Es decir cada persona encaja los sucesos o hechos dentro de un conjunto de narrativas, confirmando la narrativa primera construida o «narrativa madre» que va a determinar las historias que la personas se cuentan donde una «narrativa madre« o «narrativa original» ejerce un gran poder de vinculación hacia nuevos sucesos o hechos (White y Epston, 1993).
El conflicto provoca que muchos de estos aspectos de la experiencia vivida queden fuera del relato dominante y que éste no permite visualizar. La recuperación de toda esta gama de sucesos, sentimientos o intenciones (que White denomina «acontecimientos extraordinarios») se realiza a través de la externalización del problema.
La técnica de la externalización del problema favorece la descripción de sí mismos y de sus relaciones desde una perspectiva nueva, no saturada por el problema y permite el desarrollo de una historia alternativa de la vida familiar, más atractiva para los miembros de la familia (White y Epston, 1993, p. 54)6. Esta nueva narrativa, «liberadora», surge inexorablemente de la contradicción con el relato dominante que la persona ha desarrollado. Esta intervención mediadora es utilizada por la Escuela de Harvard al separar a la persona del problema con distintos fines (Fisher, Ury y Patton, 1998). La identificación de acontecimientos singulares o excepcionales puede activarse a partir de la solicitud de externalización del problema, donde la descripción dominante «saturada de problemas» da lugar al análisis de hechos o relaciones «libres de problemas» de una persona. Este proceso puede iniciarse a partir de:
- Buscar la excepción a las influencias del problema en la vida y las relaciones de la persona.
- Crear una desvinculación con el problema y las dificultades encontradas., Es decir, pedir una lectura diferente sobre el relato dominante donde las personas crean una nueva lectura de los hechos.
- Dar especio a relatos olvidados donde no aparecen los problemas, estos nuevos relatos se construyen a partir de los sueños, deseos, necesidades, etc. de las personas7.
Sluzki (2006) considera que para guiar las historias a su mejor forma se debe aprovechar «el hambre de coherencia» cuando se desestabiliza una historia utilizando algunos de los siguientes elementos:
- La dimensión temporal de un futuro diferente con claros signos de progreso y logro de planes.
- Motivación a la expresión de deseos, sueños que configuran la esperanza o resilencia de la persona en conseguir una situación mejor.
- Señalar las capacidades tanto de la persona como de aquellas personas de su red.
- Conectar a la persona con su contexto y su cultura, incluyendo los recursos existentes que sean positivos de su red social.
- Estimular el desarrollo de la alegría, capacidad de apoyo reciproco, y responsabilidad en las partes que acuden a mediación.
La utilización de esta técnica contrastada tiene multitud de efectos positivos que favorecen la construcción del nuevo relato libre del conflicto:
- Hace disminuir los conflictos personales y hacerlos estériles incluyendo las disputas en torno a quién es responsable del problema.
- Combate la sensación de fracaso que aparece en muchas personas ante la persistencia del problema pese a sus intentos de resolverlo.
- Alisa el camino para que las personas cooperen entre sí, se unan en una lucha común contra el problema y logren eliminar su influencia.
- Abre nuevas posibilidades para que las personas actúen y aparten sus vidas de la influencia del problema
- Permite a las personas afrontar de un modo más eficaz y menos tenso problemas que parecían «terribles».
- permite el diálogo, y rompe el monólogo sobre el problema
La intervención mediadora conecta así con la resilencia familiar, entendida como la capacidad para superar situaciones adversas, saliendo fortalecidos todos sus componentes y con esperanza en una situación mejor que se construye desde el trabajo y el esfuerzo. Medida mediante instrumentos específicos8, se trata de una variable que refleja desde los reflejos y los automatismos hasta los actos de la determinación voluntaria más deliberados, en los cuales tanto los medios como los fines son delicadamente discernidos (McDougall, 1923). Las fortalezas que tienen las familias resilentes les permiten afrontar las situaciones adversas que viven (tabla 1).
Todo anhelo de mejorar será parte de la memoria y podrá formar parte del relato de alguien que se narra a sí mismo, constituyéndose también en el hilo conductor de su identidad, de su mismidad histórica (Erikson, 1981).
Esta dimensión de encuentro es posible gracias a la utilización de hipótesis que guían la intervención del profesional con una causalidad circular. Esta interpretación sobre la causa de lo ocurrido, desde una interacción circular en la relaciones, permite eliminar la culpa en las personas. Este paso permite avanzar hacia la responsabilidad, la madurez y la aceptación de las consecuencias de los actos realizados, con el fin de que se puedan poner en marcha todos los mecanismos para evitar dañar a los otros.
Esta apreciación es utilizada por algunos autores para promover la responsabilización de los propios actos y de sus consecuencias (Munné y Mac-Gragh, 2006, p. 85) como uno de los principios que constituyen la cultura de la mediación. Simmel (1926) indicaba los beneficios de la finalización del conflicto al llegar a la consecución de un estado de paz: cuando el conflicto termina de una de las maneras corrientes -por victoria y derrota, por reconciliación, por avenencia- esta estructura se transforma en la propia del estado de paz el punto central comunica a las demás energías la transformación ocurrida en él, al pasar de la excitación a la calma (Simmel,1926, p. 346), final motivador para aquellas personas que viven en conflicto.
La neutralidad y su superación
El mediador ocupa una posición neutral en la mediación por establecer una igual distancia entre las partes en el proceso. Esta posición se consigue gracias a la causalidad circular de los hechos que enfrentan a los protagonistas del proceso. Esta posición neutral o espacio neutral de encuentro no requiere la neutralidad del mediador como principio. Este lugar debe ser fundamentado en la actitud de escucha activa hacia las partes por parte del mediador que posibilita que las partes se reconozcan y se comprendan.
El mediador de la escuela narrativa favorece la construcción de narrativas futuras en la relaciones desde el mensaje que una realidad futura puede ser construida con las partes en conflicto. El rol del mediador narrativo se apoya en los principios de equidistancia, equidad e imparcialidad.
Ello significa un cambio sustancial en la concepción del principio de neutralidad, confundido frecuentemente con el de imparcialidad. Y es que para poder acercarse al relato o narrativa de cada una de las partes es preciso superar la pretendida neutralidad que deontológicamente se le exige. Los profesionales se esfuerzan por conseguir la neutralidad y se frustran por no conseguirlo, sin que nadie les haya dicho que esta es una de las realidades a las que tienen que enfrentarse cuando intervienen.
Es necesario avanzar en la intervención profesional de la mediación desmitificando la neutralidad excepto a mediadores formados en la escuela transformativa o circular-narrativa. El mediador de la escuela narrativa ofrece un discurso de encuentro y diálogo que no contempla el principio de neutralidad del código deontológico. El principio de neutralidad es sustituido por un espacio neutral, construido por los principios de imparcialidad y equidistancia dando respuesta a las indicaciones de las partes sobre su pérdida de imparcialidad.
No tiene sentido esforzarse en construir un mito, dadas las dificultades y barreras en la intervención. Se entiende por mito «un numero de creencias bien sistematizadas y compartidas en nuestro caso profesionales de la mediación respecto de sus roles mutuos y de la naturaleza de su relación». Estos mitos contienen muchas de las reglas secretas de la relación, sumergidas en la trivialidad de las rutinas del profesional. El mito no es un producto diádico, sino colectivo o más bien es un fenómeno sistémico, piedra angular para el mantenimiento de la homeostasis del grupo que lo ha producido. Actúa como una especie de termostato que entra en funcionamiento cada vez que las relaciones corren peligro de ruptura, desintegración y caos. Por otra parte, el mito en su contenido, representa a veces un alejamiento grupal de la realidad, alejamiento que en algunas ocasiones está cerca de la «disfuncionalidad». En mediación, este alejamiento de la realidad favorece una idealización de la mediación que provoca efectos perversos (Six, 1997, p. 169).
El mito prescribe atributos a cada uno de sus miembros que es aceptado por todos y cuyo desafío se convierte en verdadero «tabú», aunque para un observador externo puedan parecer evidentes falacias de la realidad. Estas creencias organizadas en cuyo nombre se mantienen y justifican muchas pautas interaccionales, son compartidas y apoyadas por todos como si se tratara de verdades a ultranza más allá de todo desafío o investigación.
En su manifestación implícita, son verdaderos programas de acción que ahorran cualquier pensamiento o elaboración posterior. El mito tiende a formar parte de la «imagen interna» del profesional y expresa la forma en que es percibida desde sus adentros. Los mitos pueden presentar diferente tipología según la función que cumplan. De esta forma nos encontramos: mitos de armonía, mitos de perdón y expiación o mitos de rescate, que funcionan con el fin de mantener la relación ya que una tentativa de revelar la verdad que hay detrás del mito tiene el riesgo de producir resultados incontrolables.
En mediación se ha mitificado la neutralidad sin que se haya cuestionado su eficacia real. Y sin embargo este cuestionamiento existe. Lo inició Cobb desde sus primeros escritos en los que cuestionaba abiertamente este principio (Rifkin, Millen y Cobb, 1991) y que en la actualidad continúa reivindicando con una visión más integral (Coob, 2013, p. 70-75). Lo ha continuado Mayer con un mayor eco al cuestionar que los terceros neutrales sean quienes pueden resolver los conflictos (Mayer, 2008, p. 156). Aunque sus reflexiones exceden el ámbito de la mediación, a la que invita a superar, tiene el valor de realizar una crítica abierta y de aportar alternativas que han sido acogidas por parte del movimiento alternativo para la gestión de controversias. En un ámbito más cercano, Marinés Suares ha abogado por una reformulación propia «deneutralidad», (Suares, 2005, p. 36) que asegura la involucración de la persona mediadora hasta el momento en que las partes pueden volver a negociar. Otras autoras, como Merino, recuerdan que en la actualidad existen voces críticas que ponen en tela de juicio el concepto mismo de neutralidad (Merino Ortiz, 2013, p. 89).
Afortunadamente, como bien ha señalado LeBaron, las tranquilas aguas de la neutralidad han sido agitadas por quienes señalan que este tipo de discurso enmascaran desigualdades sistémicas y parcialidades establecidas culturalmente (LeBaron, 2014, p. 582).
La congruencia en la intervención del mediador pide dejar de luchar por conseguir la neutralidad personal y dar paso a una capacidad para crear un espacio imparcial y equidistante de las partes que acuden a mediación. Este lugar de encuentro se genera a través de las reglas9 que establece el mediador al iniciar el proceso de mediación (Haynes, 1997) y poner sumo cuidado para captar y neutralizar cuanto antes cualquier tentativa de coalición, seducción o relación privilegiada que un miembro o un subgrupo de la familia trate de hacer gracias a que se mantiene en un nivel diverso (metanivel neutral).
Las partes en disputa pueden reclamar un resultado igualitario o un resultado equitativo, dependiendo de sus criterios y necesidades, pero la persona mediadora tendrá cuidado de no aliarse con ninguna de las partes y poder acercarse a la posición más compartida. El mediador de la escuela narrativa construye así un discurso de encuentro y diálogo que rompe con el principio de neutralidad y lo sustituye por un espacio neutral, construido por los principios de imparcialidad y equidistancia.
Desde la escuela circular narrativa se apoya una intervención basada en la circularidad, entendida como la capacidad de intervenir en las partes a través de la información que obtiene sobre la relación, esto es, sobre las interrelaciones familiares. Se favorece así la creación de una nueva información en términos de diferencia y de cambio. Sara Cobb ha utilizado recientemente la intervención mediadora narrativa en una empresa familiar para delimitar el tipo de interacciones presentes en la misma, donde las identidades personales están entrelazadas en el conjunto de las relaciones familiares y se superponen con las relaciones comerciales (Cobb, 2013, p. 210-218).
Dado que en este tipo de conflictos los valores cobran una gran importancia, puede resultar muy interesante adoptar un enfoque narrativo para adoptar una perspectiva más amplia que aporte alternativas a las partes implicadas. La construcción de nuevas narrativas en las partes en conflicto obligará pues a una intervención activa que dirige el relato de los hechos hacia nuevas historias10.
Conclusiones
La neutralidad de la persona mediadora constituye un principio rector del proceso de mediación que ha devenido en un mito. Su regulación exhaustiva y su aceptación incondicional suponen un ejercicio de idealización de la mediación que provoca efectos perversos.
La mediación narrativa permite alcanzar su objetivo primordial facilitando a las partes en disputa un conjunto de recursos que les capacita para reelaborar su propio discurso en el mantenimiento de sus relaciones futuras.
La escuela narrativa de intervención, donde se encuentran los mediadores norteamericanos Cobb, Winslade y Monk como sus máximos representantes, desarrollan una serie de estrategias propias. Las técnicas narrativas llevan a la aplicación práctica, a través de sus fundamentos teóricos expuestos anteriormente, de una variada y rica tipología de recursos tomados fundamentalmente de la psicoterapia narrativa y la intervención social.
La desmitificación de la neutralidad es uno de los rasgos distintivos de este modelo de intervención. La neutralidad debe dejar de ser un principio de mediación. La intervención mediadora no debe ser entendida como una intervención aséptica, más bien una actitud empática con la reivindicación de un papel activo que empodera a las partes mediante una colaboración activa en el proceso. La concepción circular de las interrelaciones, la formulación de hipótesis desde un enfoque narrativo o la capacidad para realizar preguntas circulares favorecen en la partes disputantes una percepción circular de lo ocurrido.
La determinación de eliminar la neutralidad como principio supone un avance para ampliar las posibilidades de intervención profesional. En resolución de conflictos, se precisan directrices éticas para la evolución o transformación de las narrativas en conflicto. Directrices que exceden de los constreñidos límites de este principio. Como en la cita de Carlos Fuentes que iniciaba este escrito, es preciso que el coro de voces críticas se alce sobre conceptualizaciones anquilosadas por una tradición mitificada.